instalaciones

La que en mi corazón ardía

La trayectoria artística de Lourdes Murillo (Badajoz, 1964) se caracteriza por la creación de numerosas instalaciones pensadas para lugares emblemáticos. Destacan, entre otras, las realizadas para grandes espacios como la Capilla de la Trinidad, Museo Barjola, Gijón (2007); Conventual de San Benito, Alcántara (2005) y la Iglesia de Los Peruleros,

Siruela (2002). Las intervenciones pictóricas caligráficas incluidas en algunas de ellas se entienden también como

parte de acciones que aportan aspectos temporales y gestuales. Para el singular diseño de la Zona Base del Casal

Solleric, en el que la arquitectura traza un recorrido de piedra que desemboca en una última estancia ciega, la

artista ha proyectado la instalación La que en mi corazón ardía, una intervención en la que la secuencia lineal de

luces y sombras, el sonido de la viola del Prólogo de Gérard Grisey, y el aroma del incienso provocan experiencias

sensoriales que la poesía La noche Oscura, de San Juan de la Cruz, dota de múltiples sentidos.


En este ambiente portador de significados el espacio actúa también como una presencia activa que invita al espectador a participar vivencialmente. Eso significa que la obra requiere ser sentida. La intervención atiende a la vista, al olfato y al oído creando una atmósfera propicia para la poesía y la emoción. El profundo lirismo de los versos místicos abre un abanico de sugerencias que permiten reinterpretar estas sensaciones como tránsito hacia las profundidades del ser.


El poderoso simbolismo de la luz y la sombra, presente en otros trabajos de la artista, se matiza y se potencia mediante el uso de las pantallas de papel vegetal y la presencia del contrapunto de la mancha de los dibujos alojados en las paredes. Lo traslúcido es una condición material que convoca juegos dialécticos entre luces y sombras, certezas y promesas. La pintura negra, el negativo de la luz, es su reafirmación mediante la ausencia. Pero además está el vacío. El lugar habla a través de sus materiales, su arquitectura y su carácter histórico, y por tanto el espacio es parte esencial de la pieza. Un espacio entendido como vacío-positivo, necesario para que haya acontecimiento y lo lleno alcance plenitud, pero que a la vez permite ser recreado mediante la aportación de elementos que aprovechan parte de su espíritu. El diseño constructivo de las cámaras encadenadas del espacio expositivo y la localización estratégica de los dibujos dictan un itinerario que se traduce también en experiencia temporal.

Esta capacidad evocadora presente en la sombra, la opacidad y el vacío es compartida por culturas orientales como la china o la nipona. En ellas su significado simbólico se instala en la vida cotidiana, en las ceremonias, en los espacios domésticos y en los religiosos. El ciclo Transferencias, del que forma parte esta muestra, analiza los trasvases culturales entre Oriente y Occidente reflejados en el arte contemporáneo como una forma de cuestionar estos otros tipos de colonización de un mundo cada vez más globalizado.


Asun Clar