exposiciones

Los de la tarde

HAIKUS DESMEDIDOS

Francisco Carpio

Crepúsculo de estío:

El oro de las nubes

Refleja el oro de tu mirada

Incendiada.

Dibujos de sangre seca

Sobre la piel ebria de un campo de batalla.

Color del ansiado verano,

Olor del deseo,

Sabor de la herida abierta,

Rumor a espigas y a cuerpos,

Calor del primer beso.

Surcos de orina en la arena.

Un arcángel dorado

Juega a ser dios

Antes de la última caída.

Sol del Este:

Millones de joyas

Engastadas en la nuca amarilla

de un mar.

Arterias doradas,

Ocres venas,

Luz de sangre para escribir

Un mapa de amaneceres

En el cuerpo del cielo.

Destellos desnudos en el pelo

Del mediodía.

Primera verdad de la primavera:

Llagas de pasión marcadas

En la carne naranja

De la vida.

Del color de la cerveza,

Del fulgor de los labios entregados,

Del perfume ácido del sexo

,Huellas y memorias

Se posan sobre el pan de oro

Del poniente.

Cincuenta hojas cuadradas

Han caído este otoño.

Alfredo Taján

La tarde parece declinar en una escala de matices cinabrios y se transforma en oro que no cesa, en ocres que solapan un mundo de calidez sonora, de ambiguas apetencias, en rojos que siguen formas únicas, enlazadas, que giran sobre sí mismas y más tarde se fugan. Se trata de un lienzo que se ha formado con pequeños fragmentos de una misma idea, como el universo en construcción, y en destrucción; carga simbólica: por una parte el cosmos, infinito y alterable, y por otra, la creación plástica, fija, obsesiva, incesante, irreparable.

La tarde parece declinar y, sin embargo, Lourdes Murillo prepara sus pinceles y plasma el instante último con fragmentos de luz que en la noche se licúan y se expanden y deviene con nosotros hasta el fin, como en una caja rusa o como en un calco chino, siete veces por siete, y así sucesivamente...

7 x 7; 40 x 40

Miguel Cereceda

El procedimiento es sencillo. Se empieza por un reto elemental. Pequeños cuadros cuadrados de cuarenta centímetros de lado es el punto de partida. No se trata de ninguna cuadratura del círculo, sino de la forma básica del cuadro: el cuadrado. Se trata por tanto de pintura, pero de pintura elevada al cuadrado. Para ello cada lienzo es una unidad que establece claramente con respecto a los otros su diferencia. Tomando como base el siete (acaso por las siete musas o acaso por las siete artes liberales) se establece un sistema cartesiano de coordenadas: 7 x 7. Aparece de este modo la retícula.

Como es sabido la retícula era el instrumento de liberación de la pintura contemporánea. Con ella se alcanzaba la objetividad, la racionalidad, la indeferencia con respecto a los contenidos literarios. Al menos eso es lo que piensa Rosalind Krauss. En el interior de la retícula sin embargo, la diversidad misma alcanza su unidad. Hay una evidente analogía cromática. Hay cuadros pardos, tostados, los hay marrones y amarillos. Hay arenas y alberos, rojizos y castaños. Recuerdan los colores del otoño. Políptico de la tarde es el nombre que le da Lourdes Murillo. El título, decía Marcel Duchamp, es un color más que se añade a la comprensión del cuadro. Parece que sugiere que se trata de algo así como de los colores del atardecer. Si hacemos caso al título se trata entonces de la construcción de un paisaje. Un paisaje por así decir inverso al de la abstracción. Mientras que Mondrian, Klee o Kandinsky llegan a la retícula por análisis de los elementos del paisaje, Lourdes Murillo vuelve al paisaje a partir de la síntesis de elementos discretos independientes. Algunos son lisos, otros simulan la veta de maderas. En otros hay arborescencias, rizomas, raicillas, trazos lineales, nudos. Por diferencia y repetición en todos ellos prolifera el crecimiento vegetal de una naturaleza. Aunque dejemos de lado el aspecto contemplativo, el tono armónico y melancólico de la combinación cromática y formal, de modo extraño la literatura –expulsada por el rigorismo puritano de la trama– sin embargo retorna. Es extraño pero la poesía, expulsada a patadas por la puerta, reaparece sin embargo por la ventana. En este caso a través de la ventana de la pintura o mejor a través del muro. Porque el políptico de la tarde recuerda también una construcción cerámica, una especie de mosaico de baldosas, con juegos asimétricos de aguas, maderas, vetas y raíces. Se trata en cualquier caso de un muro, de un pequeño muro de pintura. A veces es cierto que el nombre determina lo que la cosa sea. Uno no puede llamarse Murillo impunemente. Tampoco Velázquez o Ribera. Se trata tan sólo de un pequeño muro de pintura y de un pequeño homenaje a la vez a la pintura: un Murillo.

CARTOGRAFÍAS DEL UNIVERSO

José Ángel Torres Salguero

Lourdes Murillo sigue profundizando, cada vez más –tanto y tan profundo que ya no parece el mismo-, en el camino que iniciase hace ya años; cuando comenzó a desmadejar los rastros y trazos de la escritura y los sometió a la acción de una voluntad que expresaba, mediante el gesto, todo aquello que las palabras mismas ya no podían definir, su significado inasible, transformando en cada nuevo trabajo el gesto en concepto. Y en ese trayecto Lourdes Murillo ha encontrado un lenguaje propio con el que hablarnos, con el que enfrentarse a la creación como forma personal de expresión. Los de la tarde, que ahora presenta para el aniversario del Colegio de Arquitectos de Badajoz, es el resultado de esa búsqueda a día de hoy. Y no es poco resultado, como podemos comprobar en esta múltiple composición.

Lejos quedan ya aquellas obras que necesitaban, básicamente, del solo lienzo para hacerse tangibles. Hace tiempo que la autora conoce, y maneja con acierto, los secretos de habitar un espacio con su obra, de utilizar el espacio como condicionante -a la vez integrante y determinante- de la misma. Lourdes Murillo en Los de la tarde, a medio camino entre la intervención y la instalación sobre el muro que cierra el espacio de la pequeña sala de exposiciones del Colegio de Arquitectos, nos enfrenta a los fragmentos de un firmamento teñido de los encendidos tonos de un ocaso de reverberaciones metálicas –evidenciando que el color va haciéndose nueva seña de identidad en cada nueva propuesta de la autora-.

Nos propone una suerte de retablo de los sentimientos que, aunque ajeno a la teatralidad de los retablos religiosos y sus iconografías complejas, mantiene con ellos el vínculo de la emoción ante la intimidad del encuentro, intimidad propiciada aquí (como Lourdes acertadamente ha resaltado en su disposición) por un espacio que permite el acercamiento personal directo. Continúan en cada pieza que lo componen los trazos filiformes, las marañas y madejas que ya nos son conocidos; pero combinados en una constelación cuyos elementos merecen de por sí la contemplación individualizada y que, interrelacionados, semejan una nueva cartografía del universo expuesta para nosotros y nuestra reflexión.

UNO “INTER PARES”

Isabel Tejeda

En los antiguos gabinetes de curiosidades y vetustas colecciones de cuadros, las pinturas se colocaban una junto a otra sin mayor separación que la ofrecida por los dorados y ostentosos marcos que confinaban cada representación. Igualadas por idénticos códigos iconográficos, lingüísticos y compartiendo los mismos recursos formales herederos de la convención académica, con este tipo de presentación se producía una efectiva y reveladora competencia de cada imagen por sobrevivir. Sólo aquélla de mayor calidad, la de superior eficiencia retórica o composición más efectista pasaba la prueba, se perpetuaba al conseguir captar la mirada. Era “prima inter pares”.

Lourdes Murillo ha pintado un gran mural, “Los de la tarde”, formado por decenas de cuadritos de idéntico formato y color; estas pinturas se separan imperceptiblemente entre sí hasta crear la sensación de un todo equilibrado. En los intersticios, se asoma menguado el casi imperceptible soporte inmaculado de la pared. Pese a la apariencia de totalidad, los cuadros que conforman “Los de la tarde” no son iguales. Cada uno manifiesta una personalidad propia que muestra en su superficie: uno la textura rayada, otro acaracolada; el de arriba presenta una excéntrica línea que se suicida en los bordes, mientras que su vecino convive con un gesto que brujulea sin encontrar salida; están los que, parcos, contienen cualquier expresión y muestran una superficie minimalizadora en un tono más claro... o más oscuro. La expresión -o más bien la alusión al gesto- tiene sentido en tanto que convive con la moderación -o igualmente su estratégica cita-, en la obra pictórica de carácter instalativo que Lourdes Murillo nos presenta hoy.

Francisco Jarauta

Al final, un color suspendido en la memoria del tiempo. Van Gogh recordaba los rojos cárdenos de los atardeceres de Arlès. A Kandinsky le acompañó siempre la luz de Moscú en octubre sobre la plaza del Kremlin. Cezanne fundió los azules de la distancia sobre las tierras de la Provence en sus últimos cuadros del Chateau Noir. En uno y otro, un color custodia la ausencia y la transforma.