miscelanea

+ que palabras

Palabra, f.Voz articulada. II. Empeño de fe en testimonio de certeza. II Metal de la voz.

+ QUE PALABRAS es una colección de 110 palabras extrañas, en desuso, antiguas… que han motivado una serie de dibujos presentados en forma de libro de autor (19x15x4cm).

Se han editado 100 ejemplares firmados y numerados y 10 fuera de comercio, con 5 tintas planas (oro, plata, cobre, amarillo y naranja fluorescente), sobre una base de cuatricromía y 3 troquelados en papel modigliani neve de 170 gr.

Encuadernado en piel roja, cada libro lleva el original que corresponde a su numeración.

Lo presenta el filósofo Francisco Jarauta con siete breves reflexiones sobre el dibujo y la escritura.

Las redes de la memoria.

Francisco Jarauta

Escribir/dibujar –la etimología griega lo expresa bien, graphein- son una sola y misma cosa. El dibujo tiene magia añadida: conserva la memoria no de las palabras sino del rumor anterior a las palabras y lleva en sí la huella de nuestro cuerpo. Pero uno y otro, escribir/dibujar, coinciden en la distancia y en la obsesión, buscan ambos fijar el rastro de las cosas, llámese nombre o huella.

Se dice, y fue Borges el primero en recordarlo, que los chinos inventaron el dibujo para atrapar los sueños. En la transparencia del papel de arroz dormían, ya custodiados, todos aquellos relatos y viajes que desaparecían al llegar el alba. El dibujo conservaba su secreta oscilación.

Desde los griegos, se atribuye la invención del sistema alfabético a los fenicios. Fue el mítico Cadmos, fundador de Tebas, quien trajo a Grecia las “letras fenicias”. Su carácter fonético permitía que fuesen utilizadas para cualquier lengua. Un sistema simple, al alcance de todos. Las civilizaciones alfabéticas no conocen el sistema de castas y escribas manipulando el saber y el poder.

La etimología latina le asigna a la página un origen rural (página, pagus, pangere). De arcilla, piedra o papiro, la primera página se construye en la proximidad del cuerpo, cerca del ojo y de la mano. Su lección está hecha de medida y discreción. Es en este cerco estrecho, deliberadamente reducido, en el que el pensamiento descansa. Es el lugar paradójico en el que puede guardarse la cifra de lo inconmensurable.

Jasper Johns llevó a su extremo los juegos del alfabeto al componer con él el mural de la biblioteca de Philadelphia. Era como decir, todos aquellos saberes reposaban sobre la combinación de aquel sistema básico de signos. El antiguo invento fenicio ya era la medida del mundo.

Tienen la forma de trazados sobre la arena, que discurren sin centro y crecen en espiral, ocupando el espacio blanco y creando así una especie de laberinto sin medida ni dirección. Sólo alcanza su puerta quien lo recorre entero, guiado por una extraña atracción de lo inabarcable. Otras veces, se presentan como celosías protectoras. Tras ellas se adivina una luz lejana, pero todo lo otro, el obstinado mundo de los objetos, desaparece. Y pueden también entenderse como variaciones de un espacio que se precipita en agitación hasta desaparecer.

La pintura, los dibujos de Lourdes Murillo pueden así entenderse como el ritual de una escritura abierta, reiterada, que una y otra vez persigue las huellas de una presencia a punto de desaparecer. Son aquellas palabras que giran sobre el torbellino del tiempo, exponiéndose ahora al silencio. Una emoción extraña acompaña esa oscilación temblorosa que sacudes desde su centro la disponibilidad de sus alfabetos, condición radical del nombrar. Ahí están esos trazos como redes que tejen el lugar imaginario sobre el que la memoria descansa y, de la que Lourdes Murillo es ahora su ángel.